En un bosque de autopistas

El plan para ese lunes era aprovechar la mañana para conocer algo más algunas partes de Los Ángeles, y partir hacia el mediodía en dirección a San Francisco por la costa, Big Sur. A estas alturas de viaje ya empezábamos a notar las apreturas de nuestro calendario imposible de viaje.

En realidad, este es un viaje para dedicarle un mínimo de 20 días aunque nosotros los comprimimos en 13 intensos días. Un error. Bueno, más que un error fue una condición de partida. El viaje se planeó al revés de lo usual: empezamos por el billete de avión, y después nos decidimos por utilizar la moto. A partir de ahí, seleccionamos los puntos imprescindibles a visitar. Finalmente, decidimos añadir la noche en Las Vegas y visitar Grand Canyon.

Además, hay que tener en cuenta la incidencia al llegar a San Francisco con la maleta extraviada que prácticamente nos hizo perder otro día. O sea, que no había margen para recuperar algún potencial retraso durante el viaje. Estuvimos un par de veces a punto de tener que parar por el frío, lo cual nos hubiera trastocado los planes. Evidentemente, se ha tratado de un viaje para descubrir la zona y recorrerla en la moto en el que no nos podíamos entretener a disfrutar demasiado de ningún Parque Nacional, por ejemplo.

Al despertarnos el lunes estaba diluviando sobre la ciudad. Llovía intensamente y de manera continuada. No parecía una nube pasajera. Pero era temprano y no le dimos mayor importancia. Al volver de desayunar, ya empezamos a preocuparnos. Seguía lloviendo de una manera que no tenía sentido salir en moto. Al menos, yo tenía el nuevo Ipad para pasar el tiempo descubriéndolo. Al poner el código postal, en el Weather Channel pronosticaban lluvia intensa hasta las 10.37 horas y luego sol. Increíblemente, a las 10.35 horas paró de llover y cinco minutos más tarde lucía un sol radiante. ¡Eso son previsiones exactas!. La fuerte lluvia no le sentó demasiado bien al sistema eléctrico de la Harley que empezó a tontear con los testigos luminosos.

La tarde anterior habíamos dado una vuelta por Hollywood y nos habíamos acercado al Paseo de las Estrellas. En plan mitómano buscamos la mejor foto posible del cartel de Hollywood y luego recorrimos los entornos del Kodak Theatre donde se entregan los Oscar. Comimos en la terraza de una pizzeria pija en Beverly Hills, y me lo pase en grande viendo los coches que usa la gente por acá: además de los clásicos Hummers y deportivos modernos, pasó por delante una gran cantidad de coches clásicos. Buen gusto.

Para finalizar, decidimos visitar algún gran estudio cinematográfico en Los Ángeles. Dedicamos tres o cuatro horas a un recorrido por los enormes estudios de la Warner Bros.

La verdad es que son impresionantes. Te suben en unos cochecitos eléctricos con capacidad para una docena de personas, y con un guía que parecía sacado de una película de Walt Disney (de hecho, hablaba como el Pato Donald) nos lanzamos a descubrir las entrañas de la Warner Bros.

En los exteriores, tienen calles que podrían ser de cualquier ciudad norteamericana. Retocan los letreros, pintan los edificios, cambian las puertas… y ya estamos en otra película diferente. Cuando te recita la lista de películas y series que se han rodado en cada ubicación te quedas alelado: realmente somos muy fáciles de engañar. Además de las calles, en los exteriores también hay una casa de campo, un lago, un tramo de carretera,… El recinto es inmenso.

Luego pasamos a los talleres. Igualmente enormes, hay talleres de vehículos, carpintería, metalistería, sastrería,… Parecen capaces de hacerse casi cualquier cosa que puedan necesitar en un rodaje. Y para conseguirlo, los almacenes de attrezzo donde se agolpa mobiliario y decoración de casi cualquier cosa que puedas imaginar.

Dentro del recinto tienen varios museos. Uno que me encantó en el que tienen vehículos que han participado en algunas películas. La mayoría son automóviles, pero hay varias motos, entre las que destacaban la Ducati que se utilizó en Matrix y la Batpod.

Finalmente, los más de 50 estudios de grabación con los decorados estables para las series y los que se preparan para las películas. En definitiva, auténtico sabor de cine.

Ya era primera hora de la tarde, y salimos directamente de los estudios en dirección a la costa norte. Como a la entrada de Los Ángeles, entramos en la red de autopistas de la ciudad, aunque esta vez era hora punta y el tráfico era muy intenso. De todos modos, se circulaba ligero, todos los carriles a 65-70 millas por hora.

De pronto, se enciende un testigo luminoso en la Harley. ¡La llave del inmovilizador! En la Harley la llave se lleva en el bolsillo y la moto la detecta por proximidad. Momento de pánico. Imaginaros la escena: una autopista de cinco carriles con tráfico intenso y se enciende la luz del inmovilizador.

Lo primero que me viene a la cabeza es: ¿Se me habrá caído la llave del bolsillo? Me maldigo: ¡Pero como puedo ser tan inútil de perder la llave de la moto en marcha!!!!…

Parado en el arcén de la autopista de salida de Los Ángeles. Palpo los bolsillos de la cazadora y no siento la llave. Me quito los guantes. Y en un bolsillo del pantalón que está cerrado por una cremallera aparece la llave. Menos mal. Precisamente un día que había guardado la llave en el bolsillo correcto protegida por la cremallera.

Con la llave en la mano me quedo mirando el testigo luminoso encendido del inmovilizador. ¡Maldita electrónica! Recuerdo la lluvia de la mañana y supongo que el funcionamiento anómalo del testigo es fruto de alguna humedad restante. ¡Pero vaya susto! Imaginaos por un momento que realmente se hubiera caído la llave en la autopista: sin duda, final de viaje anticipado.

Por si acaso, decido no parar el motor no sea que no vuelva a arrancar y seguir hasta la próxima salida para verificar el tema con tranquilidad. Pero no llega a hacer falta la parada ya que en unas millas el testigo se apaga. Todo quedo en un morrocotudo susto y una nueva reflexión sobre el papel preponderante que va tomando la electrónica en nuestras motos.

Durante más de una hora la autopista tiene un tráfico intenso a velocidad sostenida. Uno se acostumbra a conducir así: lo duro debe ser tener que hacerlo cada día. A medida que vamos pasando pueblos, se va perdiendo tráfico y carriles. Al llegar a Ventura, el Océano Pacífico aparece en todo su esplendor junto a la autopista. Hay una sensación de placidez en la vista del gran azul. Estamos a media tarde y el sol bajo convierte en mágicas las tonalidades azuladas y amarillentas.

En Carpintería (curioso nombre para un pueblo) paramos a dar una vuelta por el pueblo y la playa. La población parece típicamente californiana. Ordenada, limpia, con su tráfico lento, casas bajas de colores y chicos con tablas de surf por la calle No encontramos hoteles por lo que decidimos seguir hasta Santa Bárbara.

Santa Bárbara nos enamoró desde el primer instante. Un lugar de esos para quedarse a vivir una vida relajada, plácida y ordenada. A los pies del Océano Pacífico, se respira una calidad de vida impresionante. El atardecer frente al océano fue delicioso. Para cenar, un agradable paseo vespertino hasta el puerto donde nos zampamos unos enormes cangrejos hasta quedar bien servidos. La temperatura era primaveral, perfecta para un paseo nocturno.

Como era la penúltima noche del viaje y estábamos en un enclave tan fabuloso decidimos hacernos un regalo especial y tomamos una habitación con unas estupendas vistas al océano.

Ficha de ruta día 11: lunes 5 de abril de 2010

Itinerario: Los Ángeles Pasadena – Hollywood – Glendale – Ruta 101 – Thousand Oaks – Casa Conejo – Camarillo – El Rio – Ventura – Carpintería – Montecito – Santa Bárbara

Distancia recorrida: 110 millas (177 Kilómetros)

Distancia acumulada: 2.061 millas ( 3.325 Kilómetros)

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