En las profundidades de Death Valley

El término medio no existe en los USA. Al despertarnos el martes, ya vimos que iba a ser un día muy caluroso. Nos explicaron que éramos muy afortunados de haber venido en marzo: en verano aquello pasa por ser un horno infernal al que solamente se acercan quienes desean la experiencia de un calor extremo.

De nuevo, los campings están repletos de cacharros fascinantes. Además de todo tipo de motos, quads, 4x4s, autocaravanas,… están los remolques. Los airstreams los había visto solamente en las películas. Y son alucinantes, relucientes y brillantes. Si pudiera, me hubiera traído uno para España: son tan bonitos, tan espaciales,…

El día iba a ser muy largo, ya que había muchas cosas para visitar en Death Valley. Comenzamos con una zona de dunas cercana a donde habíamos dormido. El sol todavía está muy bajo por la mañana, lo que crea sorprendentes efectos de sombras jugando con las montañas del fondo. Hubiera sido un buen sitio para la puesta de sol de anoche. Es difícil no imaginarse dando botes con la moto de off-road por las dunas, pero éstas están protegidas al estar dentro del parque. «Oh, no te preocupes por eso: a pocas millas del Parque tienes toda la arena que quieras», me comentan unos que llevan unas KTM en el remolque.

Conducir por el Parque es como estar en una película, con paisajes cambiantes y sorprendentes. Una verdadera road-movie. Se trata de un desierto, pero nada monótono. Unas decenas de millas más adelante, se nos aparece un espectacular lago salado. Resulta que hace décadas aquí había una explotación de bórax, el nombre popular del borato de sodio. Se trata de un compuesto salino que se forma naturalmente por la evaporación del agua salada. Su utilidad principal está relacionada con los detergentes, jabones, desinfectantes y pesticidas. Recoger el bórax en un lago salado evaporado es relativamente fácil, ya que queda en el suelo.

Pero hay que recordar que estamos en un infierno de temperaturas extremas, lejos de cualquier lugar. Para trasladar el bórax se utilizaban unas caravanas de 20 mulas que tenían que recorrer el Death Valley casi completo hasta llegar a la vía férrea. Muchas de las mulas morían en esos viajes extremos.

De hecho, la dureza de las condiciones de vida y lo caro que costaba la extracción hicieron que las explotaciones de bórax duraran pocos años en estas zonas. Finalmente, las instalaciones fueron abandonadas. Ahora, las han arreglado un poco recuperando las máquinas que se usaban y se puede apreciar la dureza de este trabajo. Y también la belleza silenciosa de estas grandes extensiones blancas que no son nieve. Reflejan el sol y multiplican el efecto de un calor que ya era infernal de entrada.

Paramos a desayunar y a hacer el pago de la entrada en el mayor de los centros de visitantes, el de Furnace Creek. No había alojamiento disponible, así que volvimos a tomar conciencia de lo afortunados que habíamos sido la noche anterior al encontrar una cabaña dentro del Parque, sin reserva previa y en Semana Santa.

Tras Furnace Creek, dejamos la carretera principal para internarnos en una carreterita secundaria que nos llevaría a Badwater, un punto casi cien metros bajo el nivel del mar repleto de lagunas secas saladas. La ruta era muy larga y el paisaje de nuevo impresionante. Lo que no esperábamos era el fuerte viento que nos iba a acompañar en el resto del día. Y fuerte viento en los USA, quiere decir un vendaval que hacia muy difícil llevar la moto por el carril. Nos zarandeaba de lado a lado, y en varias ocasiones nos echó al otro carril. Suerte que el tráfico era escaso.

No había ni una referencia sobre el viento. Ni un árbol, ni una planta, nada que se moviera. Salvo la fuerza con la que impactaba en la moto. Lo más sensato hubiera sido parar, ¿pero dónde?. Estábamos en medio de la nada, con más de 100 millas por delante hasta la siguiente población y ningún sitio para parar. Además, ¿quién decía que el viento iba a detenerse?. Solamente había una opción: seguir y tratar de acostumbrarnos al viento.

Con el paso de las millas, el viento seguía igual de fuerte, pero ya había aprendido a entenderlo. No era un viento racheado y cambiante, que es el peor para ir en moto. El viento era muy fuerte, pero soplaba siempre en un mismo sentido. Eramos nosotros los que circulábamos por una carretera que iba modificando su orientación respecto a la dirección del viento. Al cabo de un rato, ya sabía cuando nos tocaba circular por «un tunel del viento», en que curva nos atizaría de golpe (las curvas a izquierdas eran las peores) y cuando tocaba circular con el viento a 45º delanteros (casi haciendo windsurf en moto). Está visto que a todo se acostumbra uno.

Pero seguían siendo tremendos los golpes de viento sobre la moto. La Harley de casi 400 kilogramos no es precisamente aerodinámica: las ruedas casi carenadas, la pantalla como una vela de windsurf, las maletas,… Y todo ello combinado con un calor tremendo. El viento nos echaba aire caliente sobre nosotros.

De repente, una sorpresa: el desierto florido. Hace unos años, se me escapó el poder verlo en Atacama por unas semanas. Habíamos leído algo en Furnace Creek sobre el desierto florido, pero no habíamos interpretado que fuera esta semana. Durante poco más de una semana al año, las lluvias provocan el efecto del desierto florido: por unos días, el desierto se llena de flores y cambia su fisonomía desolada. Las fotos no hacen justicia al efecto visual del desierto florido. Tuvimos suerte de poder verlo. Paramos un par de veces a disfrutarlo y hacerle fotos. Fueron unos kilómetros de una estampa muy diferente.

Pero además de esa «anomalía», el paisaje también valía la pena. Desolado. Intenso. Inmenso. Un valle sin fin. Y llegamos hasta Badwater. 282 píes por debajo del nivel del mar, impresionante el hecho de pensarlo. Un lago seco salado enorme. Se podía caminar durante casi un kilómetro hasta ponerse en medio de la sal. El viento arreciaba con fuerza, y todo lo que se veía alrededor era una enorme superficie blanca. No era nieve, sino sal. El sitio me encantó: tenía una enorme energía. Afortunadamente, no había un centro de visitantes que lo domesticará. Solamente sal, viento, energía, desolación, profundidad,…

Estuvimos un buen rato paseando por Badwater. Luego, de nuevo a la carretera que nos iba regalando nuevos paisajes. A veces dantescos, a veces sorprendentes, a veces repetidos. Calor y viento. Y millas, muchas millas. Finalmente, tras pasar por un puerto, Salsberry Pass, llegamos a Shonsone (una reserva india) que marcaba la salida del Parque a media tarde.

Llegamos agotados por la paliza del calor y el fuerte viento en un día que había comenzado muy temprano. Por un estúpido fallo de previsión habíamos salido sin agua de reserva desde Furnace Creek, hacia ya un montón de horas. Imperdonable. Aunque siempre es preferible quedarse sin agua que sin gasolina. Como ya era bastante tarde, decidimos no comer para poder llegar a Las Vegas antes de que anocheciera.

A la salida de Shoshone había obras y el paso era alternativo para cada sentido. La diferencia respecto a lo que estamos acostumbrados era que la circulación por el tramo de obras se hacía en grupos detrás de una pick-up con sirenas que circulaba a un ritmo muy lento. “Follow me”. En fin, un poco excesivo el tema.

 

El tramo hacia Las Vegas no tenía demasiada historia, pero la verdad es que se nos hizo largo y cansado. Autopista por el desierto. Unas millas antes de llegar, ya se podían ver el perfil de la ciudad. Al acercarnos iban creciendo los carriles en nuestra autopista y el tráfico se iba intensificando. Pero parecía que en lugar de acercarnos, la autopista iba rodeando la ciudad dejándola al norte.

De repente, nos cruzamos con “Las Vegas Boulevard” que apuntaba a lo lejos a la ciudad. Esa era la avenida que nos iba a llevar directamente a la calle principal de Las Vegas, en la que se encuentran todos los hoteles famosos. Unas millas más adelante nos saludó el famoso cartel que da entrada a la ciudad: “Welcome to fabulous Las Vegas”.

A partir de ese punto, la vista se reparte a derecha e izquierda: Pirámides de Egipto, fastuosas limusinas, El Empire State Builing, la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel, Venecia,… Es posible encontrarse con cualquier cosa en esta calle atestada de vehículos y peatones. Circulábamos muy lentamente y fuimos descubriendo los hoteles de Las Vegas que han aparecido en tantas películas: NewYork-NewYork, Bellagio, MGM, Caesar’s Palace, Hard Rock, Flamingo… y finalmente el Mirage, donde nos quedaremos. Para recorrer la calle principal hemos estado más de una hora y ya empieza a caer la tarde.

Ficha de ruta día 5: martes 30 de marzo de 2010

Itinerario: Stovepipe Wells– (Ruta 190) – Harmony (mina de bórax) – Furnace Creek – (Ruta 178) strong> Badwater Salsberry Pass – Shoshone – Salida del Parque Nacional Death Valley – Pahrump – (Ruta 160) – Las Vegas

Distancia recorrida: 190 millas (306 Kilómetros)

Distancia acumulada: 972 millas (1.567 Kilómetros)

 

 

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