1. FUERA DE CONTEXTO. 25/8/2000.

Cuando comencé mi viaje en moto, el neumático delantero estaba a medio uso. Le calculaba unos 3.000 kilómetros todavía de vida, por lo que calculaba cambiarlo en Extremadura. Y como esperaba, puntualmente, al llegar a Extremadura el neumático mostró que estaba en las últimas.

En Ciudad Rodrigo descubrí que iba a ser imposible conseguir un neumático de repuesto para la XR. Cerca, en Plasencia solo conseguí dar con una goma blanda para viajar que no hubiera durado ni dos días con la moto cargada. Desde allí, por teléfono, confirmaron que en Cáceres tampoco tenían neumáticos como el que necesitaba, y que tardarían un par de días en conseguirlo.

Tenía dos alternativas: la primera era ir hasta Badajoz, unos 160 kilómetros al sur a probar suerte. La segunda opción estaba más lejos, a unos 250 kilómetros, donde era seguro que iba a encontrar recambio, Madrid.

Maldiciendo mi falta de previsión fruto del exceso de confianza de vivir en Barcelona, decidí salir del problema y encaré la autovía hacia Madrid. Mi estampa al circular por Madrid no dejaba de tener su gracia. Hacía un calor que derretía las piedras, mientras yo circulaba entre el tráfico con la ropa de moto de campo, las botas, las protecciones y las alforjas. 

En Madrid me encontré con algunos talleres verdaderamente antipáticos y poco serviciales, como la gente de SerTaller en Arturo Soria que sin hacerme caso me soltaron: “tenemos trabajo de sobra, búscate la vida por ahí.” Afortunadamente, gracias a la amabilidad de un sitio especializado, Neumáticos De La Cruz, en un par de horas volvía a estar de nuevo a punto para reemprender el viaje.

De este día perdido en la carretera, me quedó la lección aprendida para otros viajes largos de la necesidad de prever con antelación el cambio de neumáticos, ya que no siempre será tan sencillo como perder un día en Madrid.

 

  1. LA CIUDAD DE LAS MUJERES. 27/8/2000.

Uno de los encantos de viajar es conocer las culturas diferentes propias de cada uno de los pueblos y comarcas que se van atravesando. Nada más terrible que la tan cacareada globalización para quitarle el interés a los viajes.

En esta parte de España existe algo más poderoso que el futbol: los toros. Estoy sentado escribiendo esta pequeña crónica desde un bar en la esquina principal de Vitigudino a las siete de la tarde y en el pueblo solamente se ven mujeres. ¿donde están los hombres? Resulta que todos están viendo la corrida de toros. Al poco rato volverán y discutirán apasionadamente sobre los lances de la tarde. Yo no entiendo gran cosa del peculiar mundo del toreo, pero igualmente disfrutaré viéndolos charlar apasionados.

Son culturas diferentes: Acá en Vitigudino la gente se apasiona con temas como los toros y la caza. Son temas que me quedan lejos, muy lejos de mi vida en Barcelona. Pero me gusta que sea así: en la diferencia está lo interesante.

 

  1. SANGRA LA TIERRA. 28/8/2000.

En un lugar de La Mancha donde nunca pasa nada. Donde mañana será igual que ayer. A las afueras de Granátula de Calatrava, alguien se dispuso a perforar un poco más el pozo que ya existía en sus tierras. Y llegó la sorpresa: Un chorro imponente de agua y barro le levanta la perforadora unos cuantos metros del suelo. 

Había aparecido un géiser natural de 30 metros de altura donde menos se le podía esperar. Intentaron taparlo con piedras, pero no consiguieron nada por qué el impetú del agua se abría camino igualmente. Cuando yo llegué a Granátula, ya hacia 25 días que manaba agua sin parar, nada más y nada menos que unos 300.000 litros al día.

La fuerza de la tierra. El ruido atronador del agua al pasar entre las piedras es una demostración de potencia que crea un ambiente sobrecogedor. La tierra le da color de sangre al agua del geiser, “sangra la tierra”. El atardecer rojizo se tiñe de sangre acá en la tierra, creando una atmósfera única.

Busqué un sitio cerca para dormir y regreso al geiser por la mañana temprano para sentir de cerca la energía que brota del suelo. En el silencio de la mañana impresiona más el atronador rugido del agua. Me acerco a sentirlo, y magnetizado por su viveza, lentamente me despojo de la ropa de moto y camino hasta situarme bajo el agua que cae. Agua rojiza de la tierra sangrante, que poco a poco me empapa, me tiñe, me llena de vida, de sensaciones que rebrotan. Agua de vida. Vida.

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